Querida yo de catorce años:

No te pongas la raya del pelo casi en la oreja. Con los años, un par de ellos, habrás entendido que no era la solución para tu frente... Y deja ya lo de Bisbal, no conduce a nada bueno. Y te acabará cayendo mejor Bustamante... Lo sé, hormonas. Querida yo adolescente, no pienses que las películas son ficción, se han inspirado en alguien, en algo. Quizás tardes en darte cuenta, pero te sucederán historias increíbles. Serás protagonista de amistades de ciencia ficción, de diálogos de película. De atardeceres que te contarán verdades.
No vuelvas a decir que eres arrítmica, que nunca serás buena para la música: dentro de unos años, nueve concretamente, tocarás la guitarra. Y no pares nunca de leer, nunca. Dentro de dos años empezarás a escribir sobre una chica que descubre un río de fotografías a sus pies. Si lo sigues con ella, habrás escrito tu primer libro. Tu mejor amiga, la que ya está ahora contigo desde hace una década, te animará a que el mundo lo descubra. Y créeme, será maravilloso sentarse a envolver tus libros. Oler tus historias en papel va a parecerte lo más bonito del mundo.
Querida yo a los catorce, no sigas buscando alternativas desesperadamente: el arte es para tí.Y no tengas miedo, sigue peleándote con tu padre. En cuatro años habrás ganado la batalla, estarás descubriendo las piedras de Santiago y la magia de la historia del arte.
Ah, y no odies Pontevedra. Cuando, después de cinco años increíbles, decidas seguir tocando de cerca la escultura y la pintura, será tu mejor refugio. Y serás feliz. Confía en mí.
Porque si pudiera hacerte llegar esta carta... te diría que esas lágrimas que llenan las hojas del diario azul, el que llenaste de pegatinas y fotos ajenas, me duelen a mí también hoy. Diez años después sigo entendiéndolas. Y, aunque las hayas derramado ya, siguen pesándome en la memoria como si siguieran aquí conmigo.
Y cuando pienses que quizás el año que viene la dieta funcione... te diré que para ello hay que hacerla. Que ahora todo son camisetas largas y mangas hasta la muñeca. Que vas a seguir queriendo quedarte en casa unos años más por no probarte un bañador. Que vas a seguir bajando la cabeza y odiando las fotos. Pero que si yo pudiera, te metería en la piscina de un empujón. Dejarás de esconderte las manos en los bolsillos, porque ya no te morderás las uñas. Y te encantará pintártelas. Aunque ahora no lo creas. Y, querida, vas a ser una gran fotógrafa. Está mal que yo lo diga, pero dentro de diez años te encantará lo que haces. Y a la gente también. Esas fotos que ahora pegas en tu diario las harás tú. Serás el testigo que relate con imágenes la boda, el bautizo y el amor de alguien.
Volarás alto, descubrirás por fin que no eres una llorona, sino sensible. Te darás por fin cuenta de que eres valiente, fuerte. Porque aunque toda la vida te hayan repetido que eres una miedosa, una cobarde y una pusilánime, superarás golpes de la vida que no esperarías ni en los culebrones más absurdos. Y lo harás como siempre has sabido, respirando y contando hasta diez. Superarás esos golpes que gente que siempre ha gritado a los cuatro vientos su fortaleza no derrotará. Obstáculos que se harán un mundo para cualquiera, serán escalones para tí. Duros, pero los saltarás con la certeza de que no hay vuelta atrás ni salida alternativa. Eso, querida amiga, es madurar. Y tú sabes cómo se hace.
Porque sabes ya que las partes más duras de la vida lo son tanto que ni siquiera puedes contarlas a nadie. Esas heridas nunca nadie las sabrá. Nadie más que tú. Pero hazme caso, no es necesario llorarlas para vencer. A ti te sobran armas. Y siempre has sabido utilizar la poca fe de los demás en tí como una de ellas, te encanta demostrarles que no tienen razón.
Tendrás grandísimos amigos. Aquí y allá. Por todo el mundo. Amigos de verdad. Y te querrán tanto como tú a ellos. Volarás en avión como quien coge un autobús. Te encantará la soledad que ahora se hace única opción, la elegirás por convicción. Conocerás a tus ídolos. Y dejarán de serlo. Uno se volverá tu amigo. Ahora no entiendes nada, pero vivirás rodeada de cosas bonitas. Te pondrás escote y te creerás, cuando te mires al espejo, que éste te grita ¡guapa!
Deja de repetirte que no eres nadie. No sigas interiorizando los defectos que la gente te saca. Sé que es fácil decirlo y no tanto conseguirlo. Pero si a tu edad lo hubiese escuchado más a menudo, creo que habria podido hacerlo todo mucho mejor. Escucha a tu tía, esa que te ve siempre tan guapa. Escucha a tu prima, esa que siempre te recuerda lo increíble que es lo que haces. Aprende a tirar a la basura lo que te sobra. La gente tóxica y los pensamientos innecesarios.
Porque no vale la pena que escuches que eres demasiado bajita, que te quedan mal las gafas, que eres torpe, mala para las matemáticas. Todo eso vive contigo y te hace especial.
Y es que no eres miedosa, eres valiente. ¡Te has hecho el tatuaje! Has hablado en público, has dado el discurso en tu graduación. Y has disfrutado. Y es que ahora hablas por los codos.
Y todo lo demás... Todo lo demás ya apenas te importa.
La vida está llena de momentos pequeños de los que apenas nadie se da cuenta y en los que ésta te susurra que hay algo más. Hay más gente que conocer, hay más libros por leer, más canciones con las que llorar, más lugares en los que sentirte pequeñita y grande a la vez.
Hay siempre algo detrás de lo que ahora lo parece todo. Todo llega y todo pasa.
Piensa, simplemente, que cuando uno adquiere el “dieci...” tiene que coger aire y sentarse a esperar. Esperar al “veinti...” para luego querer retroceder y hacer las cosas mejor. Hay algo más detrás de esa impaciencia y esa negrura que hace de eclipse a tu futuro. Sé que ahora todo son cuestas arriba, pero cuando uno llega a la cima, todo lo que tiene que hacer es coger las lecciones aprendidas y echarse a rodar. Quizás vuelvas a encontrarte algún día en un agujero. Pero entonces, quizás con más ganas y menos miedos, con más seguridad y madurez, tengas una cuerda para empezar la escalada.
Dentro de diez años estarás sentada ante un ordenador intentando contarte que no cometas los mismos errores una y otra vez. Y yo, con treinta y cuatro, estaré contándole a mi yo de veinticuatro que la vida es lo que no vemos y que nadie necesita más consejos que uno mismo.
Si pudiese hacerte llegar esta carta, querida yo de catorce años, en realidad, solo te pediría que fueses feliz por mí. Que te ahorrases las lágrimas y te convencieses que lo mejor siempre está por venir. Pero, por desgracia, no puedo. Así que solo me queda léermela yo una y otra vez, a ver si así, de tanto repetírmela, consigo que, dentro de diez años, nadie tenga que escribirme nada más que un “enhorabuena, fuiste todo lo que necesité que fueses”.


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